Hola. ¿Qué tal, cómo estás? Soy Carlos Vitesse, y te doy la bienvenida a una nueva entrega de Bitácora Mental. Si eres más de escuchar que de leer, aquí tienes la versión audio:
Si hay algo que prácticamente todos tenemos claro, es que hace ya muchísimos años la privacidad no existe, porque feneció en los 90, cuando el acceso a internet comenzó a popularizarse, y la tecnología nos hizo rehenes de nuestros propios secretos.
Al principio casi no quisimos creernos las consecuencias que aquello tendría, pero poco a poco fuimos entendiendo que lo que subes a la red, nunca sabes hasta donde llegará, ni siquiera eliminando a consciencia el rastro que te fuera posible borrar.
Y luego vino una segunda etapa, en la que ya no necesitabas subir las cosas, porque entre hackers, aplicaciones móviles, programas “gratis” con veneno, y las adictivas redes sociales diseñadas para la esclavitud digital, redondearon y perfeccionaron esta técnica de hurgar en nuestra información, adueñarse de ella, y utilizarla a su antojo.
Y así hemos llegado a estos días, en que sin el consentimiento de aceptar lo inaceptable, ya no es posible utilizar prácticamente nada que se conecte -o no-, a internet. Desde aplicaciones, programas, o incluso dispositivos de los más variados, a través de los cuales, un software convenientemente diseñado para hurgar en nuestras vidas, obtiene todo lo necesario para saber de nosotros, más que nosotros mismos.
Y esto ha llegado al punto de que, -por ejemplo-, compras un televisor de miles de euros, y no puedes utilizarlo si no le aportas al fabricante toda la información personal que le venga en gana solicitarte. Eso sí, para cumplir con las formalidades legales, te presentarán un texto -en ocasiones absurdamente largo-, con una letra pequeña, casi ilegible, para que te des por enterado, del atropello que vas a consentir.
Y una vez entregados tus preciados datos, jamás sabrás donde terminarán, o que uso se hará de ellos, por más que te juren y perjuren que estás protegido por la ley, una empresa responsable que vela por ti, tu seguridad, y vaya a saber que otras milongas te hayan soltado en el camino, porque no les queda remedio, pero a sabiendas de que esas palabras se las lleva el viento.
Pero si ya era grande el ultraje a los datos personales y la privacidad de forma directa, ocasionados por nuestra interacción en primera persona con algo o alguien, todavía nos faltaban los daños colaterales. Y hoy quiero hablar muy brevemente de uno de los problemas que nos provocan esas empresas, plataformas, aplicaciones o incluso personas, que en cada caso obtienen nuestros datos.
Es que no solo está el riesgo de fugas “involuntarias” de información del tipo que sean, -porque hoy por hoy ya no debe quedar base de datos apetecible que no haya sido hackeada-, la molestia o problema al que me quiero referir, es a la venta de nuestros datos, o siendo moderados y prudentes, cómo se comparte nuestra información, con lo que llaman “socios”, “colaboradores”, y demás.
Creo que si estás en una edad en la que sabes quienes son los Reyes Magos, pocas dudas tendrás de que hay un comercio salvaje con nuestra información personal, y sin ningún lugar a duda, mucha gente está ganando dinero con eso, a la vez que nos perjudican aumentando exponencialmente nuestro riesgo a perder la privacidad. Y esto no es necesario explicarlo, porque cualquiera entiende que si le hemos dado la información a alguien, y ese alguien se lo comparte -o vende-, a sus 300 socios o colaboradores, eso no nos beneficia en nada.
Además, esos 300 -o los que sean-, es muy probable que a su vez repliquen el negocio, y así en poco tiempo, tú creyéndote un don nadie y con tus datos a salvo porque lo único que has hecho es comprar un televisor, resulta que eres conocido a lo largo y ancho de todo el planeta, y vaya a saber quién está ahora mismo pensando en jugártela.
Pero sin irnos hasta ese punto, porque las mil formas e intentos de robarnos merecerían un episodio aparte, hoy quiero centrarme en las llamadas, correos y SMS que nos llegan por culpa de esas prácticas de “compartir” nuestros datos personales. Y ya sé que en la letra pequeña, de un tiempo a esta parte te dicen que lo harán, pero ya lo hacían antes y no te enterabas, así que el hecho de que te informen, no cambia nada, solo siguen abusando, porque tragamos cualquier cosa, con tal de que no nos quiten el chupete electrónico de turno, o lo que sea que queramos conseguir.
Creo que estamos absolutamente desprotegidos en demasiados aspectos, y por más que se intentan -fallidamente- algunos cambios, en el día a día todos somos víctimas de abusos publicitarios, o intentos de vendernos cualquier cosa.
¿Cómo es posible que entregues una información a una empresa, sea utilizada por años, y llegue a otros cientos de otras empresas -o personas-, y obtenidas, vaya a saber de qué forma, y con qué fin?
Estaba recordando ahora mismo, una vez hace muchos años, cuando fui a un taller mecánico, que era servicio oficial de una marca de coches conocida. Tenía que reparar dos tonterías, y poco faltó para que me pidieran un examen de orina, como dato personal para su ficha de cliente. Y a mí no me interesaba ser cliente, solo solucionar eso por lo que había ido, y de hecho no regresé a aquel sitio. Pero, resulta que incluso diez años después, -o más-, continuaba recibiendo mensajes de ese taller, sin haber vuelto a pasar por él, y habiendo vendido el coche, un tiempo después de la visita.
Otro caso que padecí durante años, fue el haber pecado, queriendo saber el precio al contado, de un coche cero kilómetro. No hubo forma de que me lo dijeran telefónicamente, y tuve que acercarme al concesionario. Del mismo modo que en el caso anterior, poco faltó para el análisis de sangre, porque no había forma de que me dijeran el precio y opciones de financiación, sin rellenar una ficha como interesado.
¡Pero si ni siquiera sabía si me podía interesar el coche! Aún no lo había visto más que en fotos, y no pretendía probarlo, solo quería conocer su precio, para saber si podría incluirlo como una opción dentro de mi presupuesto.
Finalmente, conseguí que me dijeran el precio, y fue la única vez que visité ese concesionario, porque descarté el coche. Pero aun así, durante años me estuvieron enviando publicidad por diferentes medios. Y ya que estoy con temas coches, tengo un tercer caso, otro taller oficial en el que mi última visita fue hace más de siete años.
Pues hace un par de días, me llegó una nueva promoción para no sé qué cosa. Es absolutamente indignante la cantidad de SPAM con la que nos bombardean a diario, año tras año, y resulta inconcebible que le des información a alguien para algo concreto, y poco después comiences a recibir ofertas y propuestas de todo tipo.
Y el gran problema es que, están quienes actúan de forma responsable, colaborando con la posibilidad de que te opongas a continuar recibiendo eso que te envían y no has solicitado, pero también existen muchos de los que te complican la vida de todo tipo de formas, para hacer que desistas de tu intento. Incluso hay quien pretende que le envíes carta postal para liberarte de la tortura publicitaria.
En este último caso del que te estoy hablando, sí que he querido darme de baja, pero al intentar hacerlo, desde el correo me enviaron a una web en la que me pedían datos personales, que no sé a quién se los estaría dando. Tenía que aportar mi nombre y los dos apellidos, el número del documento de identidad, y rellenar la información sobre desde que empresa de todos sus “socios” me había llegado la promoción, publicidad o lo que fuera. También me preguntaban ¿por qué quería darme de baja? Y ya ni sé que más, porque terminé bastante cabreado, cerré el navegador, y pensé en contarlo en este audio.
¿Por qué no rellené el formulario? Porque me pareció otro atropello, ya que al obligarme a recibir cosas que no había solicitado, deberían haberme permitido darme de baja, con un simple clic. Y porque además, lo que llevan años enviándome, es gracias a que en 2007, hace casi 20 años, aporté mi información personal, para ser atendido en un taller al que no he vuelto en más de 7 años, entre otras cosas, porque ya no existe como tal, y sus instalaciones forman parte de un conglomerado de empresas.
Los que me están enviando las promociones, al igual que sus socios, no me conocen, solo han venido usado mi información de hace casi dos décadas, se la han compartido “a todo hijo de vecino”, y me siguen molestando sin la mejor justificación. Y lamentablemente, esto nos ocurre a todos, cada día.
Creo que no es posible que se permita que entreguemos una información en un sitio, y termine en cientos de sitios desde los que te ofrecen cosas y comunicaciones a las que nunca te suscribiste, pero te cuesta horrores darte de baja. Y lo peor es que no tiene fecha de caducidad.
Es inaceptable, que casi 20 años después -o en otros casos aún más-, continúen enviándote cosas como si fueras un cliente activo, incluso cuando nunca lo has sido. Debería haber un consentimiento renovable anualmente, como ocurre con otras cosas, y sin él, lo lógico sería que se eliminara automáticamente toda esa información, depurándose las bases de datos, y como mucho con la salvedad del sitio original al que la hemos aportado voluntariamente.
Como están las cosas hoy, ya ni quieren darte un ticket de compra en algunos sitios, y te piden como poco el correo, ese al que te enviarán la información, y que venderán a miles, que te harán llegar todo tipo mensajes “basura”, a los que en muchos casos, no te podrás oponer.
En resumen, otro de los tantos atropellos en los que vivimos actualmente en España, Europa y el mundo. Ese mundo que no se construye solo, lo hacemos cada día con nuestras acciones o inacciones, que van marcando los límites, y reglas del juego. En definitiva, nuestra forma de vivir en sociedad, y si no nos respetamos primero a nosotros mismos, no podemos esperar que lo hagan desde fuera.
Y hasta aquí la entrega de hoy de Bitácora Mental. Muchas gracias por tu tiempo al escuchar o leer este contenido, y te espero en el próximo.