Hay frases que uno viene escuchando desde que tiene uso de razón, y lo mismo le habrá ocurrido a muchas generaciones anteriores, por ejemplo a famosa “el tiempo es oro”, atribuida a Benjamin Franklin, y que utilizó allá por 1748 en un ensayo que llamó “Advice to a Young Tradesman”. En castellano sería “Consejos para un joven comerciante”, y donde dejaba claro que el tiempo es dinero. Pero a pesar de que es una de esas verdades indiscutibles de la vida, parece que incluso con la tecnología actual, nos somos capaces de entenderlo.

Hola, ¿qué tal, cómo estás? Soy Carlos Vitesse y te doy la bienvenida a una nueva entrega de Bitácora Mental. Y si eres más de escuchar que de leer, aquí tienes la versión audio:
No importa quién seas, o como seas, el tiempo es el único recurso no renovable a lo largo de nuestra existencia. Da igual los estudios que tengas, el trabajo que hayas conseguido, o los bienes que poseas; nada que puedas hacer, conseguirá detener el tiempo, que pasa frente a ti a cada segundo, y que menospreciamos continuamente, como si nos sobrara.
Normalmente, medimos la riqueza de una persona por sus posesiones materiales, y el dinero que ha acumulado. Pero ser rico, es tener la capacidad de hacer lo que se quiera y cuando se quiera, es decir, tener libertad de disposición del tiempo personal.
Obviamente, esto no le ocurre a la mayoría de la gente, que ya sea a través de un trabajo por cuenta propia o ajena, con más o menos libertad horaria, siempre están atados a cumplir con algo, para recibir un dinero, que a su vez les permita comprar aquello que necesitan, o desean.
Y estamos tan acostumbrados a esta mecánica de la obligación, que muchas veces equivocamos la forma en que valoramos las cosas. Pensamos en comprar un bien material, -o lo que sea, incluso aquello que no necesitamos- pero no reparamos en las horas de vida que estamos canjeando, para obtener eso que queremos comprar, o afrontar esos gastos absolutamente necesarios para nuestra subsistencia diaria.
Y evidentemente cada persona es un mundo, pero si nos abstraemos un momento de la inercia y vorágine actual, quizá le encontremos más sentido a aquello de que “no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”. Y a pesar de ser una frase que seguramente más de uno compartirá desde la profunda reflexión, pero no es menos cierto que muchísima gente no entiende la riqueza, -o al menos una forma de ella- sin que pueda “verse, y tocarse”.
Pero sea como sea, la realidad es una sola, más allá de las mil aplicaciones, o interpretaciones que puedan tener aquellas palabras de Franklin. “El tiempo es dinero”, y aprovecho ahora mismo, para ser el primero en confesar, que nunca he sabido administrar eficientemente ese bien tan preciado. Sobre todo teniendo en cuenta lo que mencionaba hace un momento, que jamás se detiene, y es imposible recuperarlo.
Desde que tengo memoria, me he distraído muy fácilmente, incluso en la época de estudiante, donde teniendo un texto en mis manos que debía aprenderme, fueron infinidad de veces las que como si me despertara de un sueño, me daba cuenta de que llevaba varios minutos mirando aquella página sin estar leyendo, porque mis pensamientos estaban en otro lado.
Y tenemos las pérdidas de tiempo inconscientes, pero también las absolutamente conscientes, y dentro de ellas, las hay de todo tipo.
Distracciones y “tentaciones”, ha habido toda la vida. Pero probablemente al día hoy, y con gran diferencia sobre lo vivido en décadas anteriores, las redes sociales y el ocio digital, sean las mayores responsables de nuestras pérdidas de tiempo más caras.
Sin ningún tipo de duda, la TV es una de las responsables de esa dilapidación que hacemos a diario, de grandes porciones de nuestra propia vida, consumiendo contenidos que nos llena, entretiene, o directamente utilizamos para olvidar -aunque sea momentáneamente-, otras cuestiones de nuestra vida. Pero quizá el punto álgido sean las pantallas más pequeñas de los dispositivos móviles, tabletas, o incluso portátiles y ordenadores en general, donde en una suerte de adicción a lo más básico e innecesario, nos dejamos manipular por un algoritmo, cuyo único cometido es robarnos el mayor tiempo, y dinero posible.
Y no hablo de consumos moderados y razonables, para por ejemplo una información mínima y necesaria, que el mundo de hoy nos exige. Me refiero a todo ese consumo compulsivo que hacemos, de contenidos que no aportan absolutamente nada, y que nos hipnotizan, haciendo con nosotros lo que quieren, como si no tuviéramos capacidad de raciocinio. Bueno… en realidad lo vamos perdiendo, y a juzgar por lo que se ve, a pasos agigantados, por lo que deberíamos hacer ya una pausa, y frenar esa deriva colectiva en la que nos dejamos llevar, sin el menor cuestionamiento de ningún tipo.
Comentaba hace poco en otro episodio, que está contrastado científicamente, el hecho de que vamos perdiendo coeficiente intelectual. Cada vez atendemos y comprendemos todo menos, y está en cada uno el querer ser cada día un poco mejor, cambiando esa tendencia de barranca abajo, que lleva de un tiempo a esta parte, la sociedad en su conjunto.
Y respecto a las redes sociales, sobre las que existen estudios de todo tipo, en los que queda absolutamente claro que son nocivas, –y afectan la salud mental de las personas de cualquier edad, aunque con mayor peligrosidad a los más jóvenes-, deberíamos tomarnos un respiro, y pensar ¿qué me aporta esto que estoy haciendo, este tiempo que le estoy dedicando, este contenido que estoy consumiendo?
¿Cuánto de lo que veo o leo, simplemente ayuda al deterioro de mi mente y la dilapidación de tiempo valioso, o realmente aporta cosas útiles y positivas para mi persona?
Y reitero, está bien distraerse. Hay tiempo para todo, incluso para perderlo, pero despreciarlo de forma evidente, es algo que estamos pagando muy caro, al contado, y no precisamente con una prestación, adecuada al precio.
“El tiempo vuela”, también lo hemos escuchado mucho, pero en la juventud parece ir más lento, y a la vez no somos capaces de creernos, que pasa como pasa, volando. Consideramos que siempre nos sobra, que no hay prisas para tal o cual cosa, y que la vida no necesita de preocupaciones innecesarias. Pero cada etapa tiene sus cosas, y su momento para hacerlas. Por eso cuando ya has recorrido una gran parte del camino, si aún no habías aprendido la lección, cuando ya no puedes ir hacia atrás y corregir errores, te queda claro lo que ha significado desperdiciar el tiempo. Porque además de dinero, es tu propia vida la que amortizas en cada jornada, en la que no has hecho lo que deberías.
Y para terminar, una reflexión interesante, y que también escuchamos bastante… “La gente no se arrepiente generalmente de las cosas que ha hecho, sino de las que no ha hecho”.
Soy Carlos Vitesse y hasta aquí esta Bitácora Mental de hoy. Gracias por tu tiempo al leer o escuchar este contenido, y te espero en el próximo.